El Colegio Electoral, la opción a la desesperada de evitar una presidencia de Trump

Es una de las particularidades del sistema político de EE.UU.: los ciudadanos no eligen al presidente. Quienes lo hacen son los miembros del Colegio Electoral, un órgano formado por representantes de cada estado, con el mismo número de senadores y representantes que cada uno de ellos tienen en el Senado y en la Cámara de Representantes -más tres que manda el Distrito de Columbia-, para un total de 538 electores.

El pasado viernes, Barack Obama calificó de «vestigio» este órgano político, que surgió en los primeros pasos de la democracia estadounidense como un acuerdo a medio camino entre quienes apostaban por un sistema de elección directa del presidente y quienes preferían que lo eligiera el Congreso. Los electores son elegidos por diferentes métodos por los partidos demócrata y republicano en cada estado. En el sistema electoral de EE.UU., el candidato con más votos de ciudadanos en un estado se lleva todos los electores que corresponden a ese territorio.

El Colegio Electoral se reúne este lunes. Se juntan por separado en cada uno de los estados -normalmente en los Capitolios de cada uno de ellos- para depositar su voto. El recuento se realiza el 6 de enero en Washington, en una sesión especial conjunta del Senado y de la Cámara de Representantes.

La tradición es que la votación del Colegio Electoral sea una formalidad. Los electores respetan el resultado de las urnas en sus estados y no hay sorpresas. Pero no hay nada en la constitución de EE.UU. que fuerce a los electores a votar en un sentido u otros. Y la polémica que envuelve la victoria contra pronóstico de Donald Trump del pasado 8 de noviembre ha disparado las voces sobre si los electores deberían cambiar el signo de su voto.

En las últimas semanas, la CIA, el FBI y otras agencias de inteligencia han constatado que Rusia intervino en las elecciones para favorecer a Trump a través de ciberataques al partido demócrata. Además, el recuento de votos de las elecciones muestra que Hillary Clinton, la candidata demócrata, ganó el voto popular por un margen considerable, cerca de tres millones de votos.

Para algunos, son razones suficientes como para que los electores cuestionen respetar el mandato de voto proveniente de sus estados. De hecho, un grupo de diez electores solicitó que se les facilitara un informe con las conclusiones extraídas por las agencias de inteligencia sobre la injerencia rusa en el proceso electoral.

Los electores han recibido mucha presión en forma de cartas, llamadas de teléfono o tribunas en los medios dedicadas a ellos. Carol Joyce, electora republicana del estado de Arizona, explicaba a «The Washington Post» que tras las elecciones recibía entre 15 cartas y 300 correos electrónicos cada día sobre el asunto. En las últimas semanas, se han disparado a 50 cartas y 3.000 correos electrónicos diarios.
Posibilidad remota

El número clave es 37. Es la cantidad de electores republicanos que deberían desertar y no votar a Trump. La posibilidad de que suceda es remota. En toda la historia presidencial de EE.UU., solo se han producido 147 defecciones, y casi todas fueron en el siglo XIX. La última vez que un elector cambió el sentido de su voto fue en 2004, cuando un elector demócrata depositó su voto a favor de John Edwards, el candidato demócrata a vicepresidente, en lugar de a John Kerry.

De momento, están muy lejos de su objetivo. Se sabe que hay un grupo de diez electores (nueve demócratas y uno republicano), dispuestos a cambiar el signo de su voto y que tratan de convencer a los 37 republicanos para que no se elija a Trump. Se denominan los «electores de Hamilton», en referencia a uno de los fundadores de la democracia estadounidense, Alexander Hamilton, que en su día defendió que el Colegio Electoral fuera una salvaguarda contra un presidente no apto para el cargo.

Otro movimiento similar lo encabeza Larry Lessig, un profesor de derecho constitucional de Harvard y ex candidato presidencial demócrata, que asegura que ha conseguido que veinte electores republicanos se cuestionen su voto.

Lo cierto es que la única defección republicana anunciada es la de Chris Suprun, un elector republicano de Texas.

¿Qué ocurriría en el improbable caso de que se consiguieran las 37 deserciones? La decisión sobre la elección del presidente quedaría en manos de la Cámara de Representantes, que está en manos republicanas. Nadie espera que se ocurra hoy, pero el solo hecho de que se produzcan un puñado de cambio de votos enturbiará todavía más la transición de Trump hacia la Casa Blanca.

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