¿Perdimos “el temor de Dios”?
Tony Raful
Zygmunt
Bauman, uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo ha escrito varios
ensayos sobre la modernidad y la post modernidad, donde asegura que vivimos “tiempos
líquidos”, por igual,“amor líquido”, “miedo líquido”, para señalar cómo los
vínculos se han vuelto transitorios y los miedos consistentes. Nada permanece, hay una
discontinuidad, los sentimientos son efímeros. Al hablar de una época líquida, la
sitúa en lo fl uido que es una sustancia que modifi ca su forma, que no permanece
a lo largo del tiempo. Las formas sociales estables, que en
otro tiempo eran un punto de referencia para organizar la vida, han perdido
vigencia.
El interés en las ideologías
trascendentales ha decaído y las instituciones, la religión y la familia, incluyendo
hasta lo que se espera del amor, se han vuelto menos rígidas y más indeterminadas.
Hubo un tiempo en el que la ocupación y el lugar del trabajo eran referentes
con el que se daba sentido a la vida, pero los cambios en la economía han
socavado esa estabilidad. Hoy los conceptos de trabajo y de comunidad son fl
exibles, en estado de incesante movilidad. El hombre líquido, sin permanencia
ni seguridad, vive el momento, no planea a largo plazo”. Observamos una crisis
profunda de valores que sacude a la sociedad en su conjunto, nada es estable ni
garantiza el seguimiento ético de ninguna forma expresiva de conducta.
Vivimos y morimos todos los días sin
asegurar la primacía del sentido del vivir. Carecemos de sentido y trivializamos
todos los eventos cotidianos despojándolos de asomo de trascendencia. Ninguna
muerte nos afecta lo sufi ciente. El olvido es casi inmediato. Ni siquiera
perduran lo símbolos que estatuían el luto como una señal alta de solidaridad y
de amor. Nadie recuerda ni siquiera los líderes que forjaron destinos de luz y humanidad,
salvo las carteleras de efemérides, todos están lo sufi cientemente olvidados
como para no servir de referencia moral en los asuntos de Estado. El
pragmatismo es aterrador. Se requiere una refl exión profunda,
ontológica, grave, incisiva. Todo está pasando como en un fi lm que luego de
verlo en pantalla se olvida sin consecuencias.
Independientemente de los conceptos y
las categorías ideológicas y sociales, pienso que el ser humano del “tiempo
líquido” ha perdido la fe en todas las variables y acepciones de la misión
humana. “El temor de Dios” que los textos bíblicos defi nen como aborrecer el
mal, sabiduría y confi anza a los que andan en integridad, ha sido abandonado.
La gente del “tiempo líquido” no tiene
ninguna creencia en la vida espiritual trascendente (salvo los creyentes
agrupados en órdenes religiosas), no viven para ningún mañana, sino para un hoy
perpetuo que es una engañifa ausente de amor. Bauman asume una idea plasmada
por el escritor Milán Kundera en “Los testamentos traicionados”, que a mí me
parece de un signifi cado conmovedor, al decir que el escenario de nuestras
vidas hoy, está envuelto en una niebla, “en la niebla se es libre, pero es la
libertad de alguien que está entre tinieblas”. Al redefi nir la libertad, este
concepto es esclarecedor, se habla de libertad festinando el criterio y
otorgándole al mismo una ocupación absoluta de destinos egoístas. No se es
libre sin compartir la solidaridad, y no hay libertad viable sacrifi cando los
derechos compartidos de la comunidad.
En el “tiempo líquido” se vive de espaldas
a toda noción humana de búsqueda espiritual. Nadie está satisfecho y en vez de
modifi car internamente su conciencia moral para irradiar amor a los demás,
vive en un estado de sedición del cuerpo, compitiendo en niveles egoístas, en
una inútil carrera contra el tiempo, que fi nalmente conduce a la
desintegración de las formas físicas. Claro que se es libre, más libre
individualmente, pero es la libertad de alguien que está en las tinieblas. Todo
es menos consistente en los afectos dentro de un vacío ilimitado de
excrecencias. El llamado progreso es relativo, y
no puede circunscribirse a la era digital y a los saltos cibernéticos.
Detrás de los operadores y de las fabulosas
e ingeniosas máquinas y ordenadores electrónicos, hay un eclipse de amor, un
cúmulo de ansiedades y un desperdicio de cavilaciones sociales y espirituales
que hace de mucha gente cascarones sin brillo ni profundidad. “Si no hay Dios,
todo está permitido”, dice Dostoievski, en la boca de uno de sus personajes, en
la novela “Los hermanos Karamazov”. La idea no es justa. Aún cuando no
haya Dios, el amor es fundamental, el amor trascendente, espiritual.
San Agustín dijo “ama y haz lo que quieras”,
porque Dios es amor, y el amor redime, nos ata a una permanencia de fe y
esperanza, válido para este “tiempo líquido”, para esta angustia de vivir sin
sentido.