SUDAMÉRICA. CONTAGIO Y ALGO MÁS.
Regímenes en crisis y movimientos sociales
Por Marcelo Yunes
Los problemas económicos estructurales de América Latina, algunos de cuyos rasgos se han tratado ya en estas páginas, no sólo insertan de manera desventajosa al continente en el mercado mundial y la división internacional del trabajo, sino que dan el marco para la aparición y desarrollo de elementos de fuerte desestabilización y crisis de las instituciones políticas en los países de la región. Bajo la tremenda presión de la ofensiva recolonizadora y de la muy dura política de Estados Unidos en el área -que la administración Bush no ha hecho más que reforzar- los regímenes políticos de América Latina, en particular de Sudamérica, están en plena fase de deterioro. Y esto se manifiesta en varios planos.
Partidos tradicionales y democracia colonial
Uno de ellos es el de la profunda encrucijada, que hasta llega a poner en juego su existencia misma, que afrontan muchos de los principales partidos políticos de la región, que han sido protagonistas durante décadas de la vida institucional de América Latina. Es notorio y muy avanzado el desprestigio de organizaciones políticas a veces centenarias: tales los casos de los partidos Conservador y Liberal de Colombia, Acción Democrática y Copei en Venezuela (arrasados por el fenómeno del chavismo, hoy a su vez en serios problemas), grandes partidos del Perú -donde el Apra recién ahora parece estar volviendo por sus fueros, luego de que la aparición y el estallido del fujimorismo cambiaran todo el mapa político-, el desastre de la UCR argentina o la progresiva indiferenciación de los partidos Blanco y Colorado en Uruguay. Esta situación, junto con la mutación ideológica, política, estratégica y de organización que experimentaron, en procesos muy diferentes, dos de los mayores partidos del continente, el peronismo en Argentina y el PT en Brasil, es parte de un fenómeno más global. Que hace a la naturaleza de los regímenes democrático burgueses en América Latina y la experiencia que ha hecho con esos regímenes el movimiento de masas a lo largo de las últimas décadas.
En efecto, hay una combinación entre, por un lado, las presiones político-económicas del imperialismo dominante en la región y en el mundo, el de Estados Unidos (presiones a su vez azuzadas por las exigencias de la globalización-mundialización capitalista, en cuya dinámica específica no nos podemos detener aquí), y, por el otro, la cada vez menor capacidad de respuesta de los regímenes políticos, incluidos los partidos tradicionales, frente al permanente deterioro del nivel de vida que conlleva la implementación de las recetas imperialistas.
Este problema está en la base del relativo “agotamiento” de las expectativas que supo generar la democracia burguesa, sus instituciones y partidos en el seno del movimiento de masas en el momento de la salida del conjunto de la región de las dictaduras militares (años 80). Encuestas realizadas a nivel continental, como la de Latinobarómetro (publicadas por la revista británica The Economist a fines del año pasado) dan cuenta de un sistemático descenso de la ponderación de la democracia como régimen político en la opinión pública de los países latinoamericanos. En ese momento -es decir, antes del Argentinazo de diciembre y las movilizaciones contra las privatizaciones en Perú y Paraguay- la democracia era juzgada como el mejor régimen posible sólo por un 55-60% de los encuestados, cifra casi veinte puntos menor a las mediciones de principios de los 90.
Aunque remitimos al artículo de Claudio Katz que publicamos en esta edición para un análisis más extenso y profundo de la crisis económico-social, cabe consignar que el carácter colonial de las democracias burguesas en América Latina no puede dejar de impactar negativamente en las conciencias de millones de trabajadores, campesinos y otros sectores populares. Sectores que ven cómo toda ilusión de utilizar las herramientas de la democracia como vehículo de bienestar, progreso o seguridad se ve brutalmente tronchada por la abierta injerencia imperialista a través de los organismos financieros internacionales. El Fondo Monetario, Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo e instituciones similares pasan a cumplir la función -sobre todo el primero- de administradores de política económica externa e interna con un nivel de detalle cada vez mayor.
Esta situación convierte a los gobiernos locales en simples brazos ejecutores de decisiones ajenas, a la independencia nacional de esos países en una ficción y a las amplias masas de la población en carne de expoliación y ajuste. Los decrecientes márgenes de autonomía de decisiones soberanas en cualquier terreno empiezan a hacer de las “democracias coloniales”, sus gobiernos e instituciones, meras vías administradoras de cuasi protectorados, a los que sólo falta legalizar su nuevo status político. La propuesta de Rudiger Dornbusch para Argentina, en el sentido de su administración por un “comité de notables” extranjeros, las descarnadas declaraciones del financista George Soros de que en las elecciones de Brasil vota Estados Unidos y no los brasileños (para conjurar el “fantasma” Lula), y la desembozada presión que ejerció el embajador estadounidense en Bolivia, Manuel Rocha, para evitar el voto al dirigente cocalero Evo Morales (con resultados contraproducentes, sin duda), son sólo algunas de las manifestaciones más groseras de la altanería imperial hacia lo que llaman “estados fracasados” (failed states).
Cabe señalar, como problema a estudiar y profundizar, el nuevo rol que correspondería en estas democracias a las fuerzas armadas y de seguridad, e incluso a la intervención directa de tropas estadounidenses. En este contexto, se trataría no sólo de democracias coloniales, sino además “tuteladas” militarmente y profundamente devaluadas en su contenido formal de libertades civiles y políticas, etc.
Nuevos movimientos socio-políticos de masas
El surgimiento y desarrollo de movimientos sociales que abarcan sectores de masas (o de una vanguardia muy extendida) puede enmarcarse entonces en un proceso de aristas múltiples.
Por un lado, un ataque permanente a las condiciones de vida, de trabajo, de existencia y de reproducción social de millones de personas, de resultas de la aplicación de las políticas macroeconómicas dictadas desde los centros de poder imperialistas y fielmente ejecutadas por los gobiernos de la región. Esas políticas, cuyo denominador común fue y es el impulso a las privatizaciones, la desregulación y apertura de mercados, la eliminación de derechos y conquistas laborales, la enajenación de recursos naturales a manos de empresas multinacionales y el recorte de los sistemas y presupuestos de salud, educación y servicios públicos en general, generaron un incremento de los índices de pobreza, desocupación y desnutrición en todo el continente. Si bien con desigualdades en los períodos y en la intensidad de los problemas según los países, el balance regional de la década del 90 marca un claro retroceso en la mayoría de los indicadores de desarrollo humano, con picos que denotan una catástrofe socioeconómica.
Este aspecto es decisivo para entender tanto la extensión como la heterogeneidad de los movimientos sociales en América Latina. Puede afirmarse que surgen como respuesta al ataque del capitalismo neoliberal, y en ese sentido basan su accionar en la defensa de derechos o conquistas amenazados: la tierra, el trabajo, condiciones de vida básicas como la vivienda, el transporte y hasta la comida, la identidad y la supervivencia de comunidades campesinas y/o indígenas, etc.
En segundo lugar, como hemos visto, asoma un adelgazamiento de la capacidad institucional de la democracia capitalista para funcionar como mediación eficaz ante la protesta social que inevitablemente engendran las políticas neoliberales santificadas desde el Consenso de Washington. Los partidos políticos tradicionales, depositarios de la confianza y la expectativa iniciales de las masas en la democracia en tanto garantes de ésta, fueron asimismo los primeros en sufrir el creciente descrédito popular hacia los pilares del régimen.
En combinación con éste aparece un tercer elemento, esencial para comprender una de las características centrales de los nuevos movimientos sociales. Se trata de que precisamente a consecuencia del estrechamiento de los márgenes de maniobra política y económica de los estados y gobiernos se vuelve cada vez más difícil contener la lucha por las reivindicaciones más elementales dentro de los marcos puramente corporativos (como, por ejemplo, el de los antiguos sindicatos).
El desarrollo de la lucha y de los movimientos muestra que no se combate contra la insensibilidad de tal o cual funcionario, ni contra la perfidia de un patrón o un gobernante individual, sino contra políticas estratégicas de largo alcance que atraviesan a los diversos partidos del régimen y cuya aplicación tiene continuidad en el tiempo a cargo de gobiernos de distinto signo. Y esto hace cada vez más ineludible la necesidad de dotar a cada movimiento de una proyección política propia y de un horizonte programático que salga de lo estrictamente reivindicativo para empezar a dar respuestas más generales, porque la raíz de los problemas se evidencia una y otra vez como global, no como particular.
No es de extrañar, entonces, que movimientos sociales de origen, composición social y reivindicaciones tan diversas como, por ejemplo, los cocaleros del Chapare boliviano, los Sin Tierra brasileños y los piqueteros argentinos se hayan elevado -cada cual a su manera y sin pretender aquí igualar experiencias muy distintas- a la comprensión de la necesidad de proponer una política y un modelo de sociedad alternativos a los vigentes.
Por otra parte, y con todas las desigualdades del caso, resulta evidente que este proceso de politización y de redefinición programática de estos movimientos empalma con un cierto retroceso de las organizaciones de la izquierda clásica. La crisis de la alternativa socialista tras el derrumbe del “socialismo” de los países del Este, el avance inicialmente arrollador de las políticas e ideologías promercado en los 90 y los propios errores, defecciones y hasta traiciones de muchos dirigentes y partidos contribuyeron a que en ocasiones los movimientos sociales fueran vistos como organizaciones sucedáneas a los partidos de izquierda. Hay quienes incluso han intentado justificar desde la teoría esta supuesta decadencia irreversible de la “forma partido”, pasando por alto que las relaciones entre ambas clases de organización son en general mucho más complejas que la de mutua exclusión. Así lo muestra, por ejemplo, el caso del MST brasileño, que desarrolla su dirigente João Pedro Stédile en la entrevista que reproducimos en esta edición.
Vale la pena mencionar, finalmente, una cuarta característica que parecen compartir muchos de los nuevos movimientos sociales latinoamericanos, y que también es en cierta medida hija de las circunstancias políticas del capitalismo actual en la región. Se trata de la radicalización y endurecimiento de los métodos de lucha. Esto es también un subproducto de experiencias acumuladas a lo largo de los últimos años en el sentido de que la canalización exclusiva de la protesta por las vías institucionales ha probado ser menos eficaz que la asunción de las vías de hecho y de la acción directa. Asimismo responde al hecho de que se debe enfrentar un mayor rigor represivo, ante el señalado debilitamiento de la capacidad de los mecanismos formales de la democracia burguesa para mediar, empantanar o contener los movimientos reivindicativos. Ambos factores ayudan a explicar porqué métodos de lucha como piquetes, cortes de caminos, enfrentamientos con las fuerzas represivas, etc., han pasado a formar parte de la cotidianeidad de estos movimientos sociales o socio-políticos.
Difundir experiencias y apuntar al relacionamiento y la coordinación
La agudización de la ofensiva yanqui sobre los pueblos y países de América Latina, al tiempo que comienzan a hacerse visibles el rechazo a las políticas del capitalismo neoliberal y el reverdecer de la conciencia antiimperialista en el continente plantean la posibilidad y la necesidad de comenzar a construir lazos, y fortalecerlos, entre los diversos movimientos sociales de la región. Sin ánimo de establecer ninguna imposible uniformidad entre centenares de expresiones de desigual desarrollo, extensión y maduración política, es posible comenzar por propagandizar estas experiencias en sus diversos aspectos. Es en este sentido que acompañan esta nota los relatos de algunas de ellas.
No obstante, más allá de la imprescindible difusión y aprovechamiento recíproco de las lecciones de lucha, nos parece una tarea de primer orden avanzar en crear lazos y posibilidades de coordinación para cuestiones eminentemente prácticas, como jornadas de lucha continentales, tareas de solidaridad sobre luchas concretas y hacerlas conocer, etc.
También sería de gran utilidad para los propios movimientos encarar encuentros, foros, ámbitos de socialización de experiencias, instancias de debate sobre aspectos conceptuales (teoría, programa, políticas) y toda otra vía de conocimiento y reconocimiento recíproco. Para esta tarea será también indudablemente vital el aporte de las organizaciones políticas, revistas e intelectuales del marxismo revolucionario de América Latina.
En este camino de contribuir a la difusión, desarrollo y coordinación del fenómeno de los movimientos socio-políticos desde un punto de vista de clase, comprometemos nuestro esfuerzo, en la perspectiva de poner en pie en toda América Latina un gran movimiento de los trabajadores, explotados y oprimidos contra el ALCA, la deuda externa, el FMI y la intervención yanqui en todos los terrenos. Sería un paso extraordinario en el camino de ayudar a forjar, en el continente y en cada país, una alternativa antiimperialista y anticapitalista para el conjunto de los explotados y oprimidos.