Haitianos “expulsados” de R. Dominicana denuncian trato “racista e insultos”

SANTO DOMINGO.- Haitianos que dicen haber sido repatriados de la
República Dominicana dijeron al periódico Miami Herald, que se edita en
Miami, que fueron objeto de un “trato racista” en este país.

En un reportaje fechado en la localidad de Fond Parisien, cerca de la
frontera entre los dos países, el diario dice que en esta localidad hay
81 personas de esos repatriados, los cuales se encuentran refugiados en
una escuela.

Señala que ninguna de ellas piense volver a la República Dominicana a
“sufrir insultos y agresiones” y se han visto obligados “a vivir en su
país de origen”.

El texto del reportaje es el siguiente:

“FOND PARISIEN, Haití.-Beltha Désir deambula por la escalera de la
escuela que le sirve de refugio en esta localidad haitiana con su bebe
de 10 meses en brazos: no piensa dejar ni un solo segundo al niño, único
miembro de su familia con el que ha sido expulsada de República
Dominicana.

La semana pasada oficiales de migración dominicanos arrestaron a esta
haitiana de 30 años y la trasladaron hasta la frontera, con su bebé al
cuello.

“Me dijeron que regresara a mi país: ‘vuelve a reunirte con el
presidente Michel Martelly, ya no necesitamos a los haitianos. Tengas
papeles o no, vete a tu casa’”, explica lentamente Beltha, que llevaba
diez años viviendo en República Dominicana trabajando como vendedora
callejera.

Un cambio de la política migratoria en República Dominicana vino a transformar su vida y la de los millares de extranjeros.

El Plan Nacional de Regularización de los Extranjeros (PNRE), que
afecta a más de 250,000 personas sobre todo haitianos, finalizó el 17 de
junio, pero muchos no pudieron concluir el trámite en el plazo fijado y
serán expulsados del país. Según los servicios dominicanos, 31,225
haitianos habían regresado a su país hasta el 1 de julio.

Beltha no pudo ni siquiera avisar a su marido, que estaba apenas a 50
metros de ella cuando la detuvieron. “Ni siquiera sabe que estoy aquí,
en Haití. No pude hablar con él porque no tiene teléfono”, dijo.

La haitiana expulsada tiene otros dos niños, de 5 y de 6 años, que se
quedaron con su padre. “Cómo van a entender que no esté con ellos
ahora”, se lamentó.

Además del dolor de estar separada y de no tener noticias de su
familia, la joven tuvo que soportar insultos racistas durante todo el
trayecto hasta la frontera. “Me dijeron que los dominicanos no tenían la
misma sangre y que fuera a reunirme con los de mi misma sangre a
Haití”, relató.

A su lado, Rose Hippolyte asiente: “Cuando ven un haitiano, los dominicanos dicen: ‘Mira ese cerdo. Haitiano diablo’”.

Con el rostro marcado por los años de trabajo en los campos de caña
de azúcar, Rose describe la discriminación cotidiana: “Nos tratan como
bestias. A veces, cuando nos sentamos cerca de un dominicano, se aleja
para hacernos comprender que no quiere que nuestra piel roce la suya”.

Una experiencia similar vivió Francky Dorseli, quien no habla bien el
creole porque solo vivió hasta los cuatro años en Haití. Hoy tiene 43
años y también le han expulsado, y no tiene noticias de su esposa y sus
cuatro hijos. “Los dominicanos maltratan a los haitianos: todos los días
nos insultan, a veces hasta los policías”, comentó.

Beltha, Francky, Rose y las decenas de personas que han encontrado
refugio en la escuela comunitaria de Fond Bayard, en la pequeña ciudad
de Fond Parisien (sureste de Haití), no pudieron ni siquiera pasar por
sus casas para retirar sus pertenencias.

“Trabajé desde 1981 cortando caña de azúcar. No ganaba gran cosa pero
conseguí construirme una casita”, explica Rose Hippolyte, de 52 años,
quien llegó a República Dominicana cuando tenía ocho años de edad.

“Todo se quedó ahí, no tengo nada. La mujer del pastor del pueblo me
ha regalado este vestido para que me pueda cambiar”, señala estirando
lentamente la tela con estampado de flores sobre sus piernas.

Las escasas donaciones de la comunidad religiosa vecina y las
distribuciones esporádicas de algunas ONGs y de simples ciudadanos no
son suficientes para ofrecer a los refugiados unas condiciones de vida
decentes. No tienen agua ni electricidad, y en dos semanas no ha pasado
ningún médico a visitarlos.

Vestidos con ropas sucias, a menudo demasiado grandes para ellos,
unos cuarenta niños juegan con piedras mientras los bebes están
acostados sobre una losa de cemento bajo la mirada distraída de unas
madres agotadas.

Ninguna de las 81 personas refugiadas en la escuela piensa volver a
República Dominicana para sufrir insultos y agresiones. Obligados a
vivir en su país de origen, estos expulsados desean salir de su
situación sin esperar ninguna caridad.

Beltha quiere que se sepa que aún quiere y puede trabajar: “Fui
supervisora en una fábrica textil y cajera de supermercado. No quiero
dinero ni comida, sino un trabajo para que mis hijos y mi marido puedan
venir aquí y podamos vivir juntos tranquilamente”, precisó”.

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