Huber Matos, el primer comandante disidente de Fidel Castro

Conocí a Huber Matos en 2011, cuando una rutinaria
asignación periodística me llevó hasta su casa y me puso en contacto con
un protagonista de la historia de la Revolución Cubana asentado y casi
olvidado en el suroeste de Miami.
Aquel día, mientras esperaba en la sala de su
casa para entrevistarlo, observaba la galería de fotos que retrataba
todas las generaciones de Matos en una exhibición de inocultable orgullo
familiar.

Me llamó la atención una foto en blanco y negro en la que Matos y su
esposa María Luisa aparecen sentados en un sofá rodeados de sus hijos.

Matos lleva poblada barba y viste el uniforme
verde oliva, característico de los guerrilleros que pelearon en la
Sierra Maestra contra el gobierno de Fulgencio Batista.

“Esa fue la última foto que nos hicieron antes
de mi arresto”, dijo Matos a mis espaldas, al sorprenderme escudriñando
el retrato.

Era 1959 y Matos, entonces comandante de la provincia de Camagüey,
era considerado el quinto hombre de la victoriosa Revolución, detrás de
Fidel Castro y su hermano Raúl, del Che Guevara y Camilo Cienfuegos.

Ese estatus no duraría mucho y sus diferencias con Fidel Castro terminarían por significar su desgracia.

Doble injusticia
Hay otra foto –que no estaba en aquella pared –
que lo inmortaliza a la izquierda de Castro, sobre el tanque en el que
el líder cubano hizo su triunfal entrada a La Habana que marcó
simbólicamente la caída del gobierno de Batista.

Aquel encumbramiento no duraría y menos de un
año después, Matos sería condenado a veinte años de prisión, acusado de
sedición y ridiculizado por el mismo Castro durante su juicio por “usar
los argumentos de los enemigos de la Revolución” al denunciar el giro al
comunismo que daba el proceso.

La renuncia de Matos a sus cargos revolucionarios y la denuncia sobre
la penetración comunista no cundieron como esperó y en cambio,
contribuyeron al afianzamiento del sistema, que casi sesenta años
después, sigue imperando en la isla.

Por eso, cuando me aprestaba a nuestro
encuentro, esperaba encontrarme con un anticomunista furibundo, amargado
por el exilio forzado y el olvido histórico.

En cambio, encontré a un hombre que parecía
haber hecho un pacto de olvido y perdón con las peores cosas de su
pasado y, a su edad, entonces de 93 años, esperanzado en el porvenir de
su país y en el aporte que él podría dar.

La última fotoEstaba yo tan absorto en la última foto familiar en La Habana de
aquella época crucial, que no escuché venir el lento arrastrar de los
pies y el golpe suave contra el piso del bastón en el que se apoyaba
Matos.

“¿Cómo está usted, comandante?-, saludé con protocolario respeto.

“¿Y cómo voy a estar? Si voy a cumplir 93 años y
aquí me tiene usted, todavía lúcido y con alguna memoria”- me dijo con
una sonrisa que iluminaba sus grandes ojos verdes.

Su mirada intensa dejaba entrever una
personalidad dura, seguramente difícil, que ni los años ni los reveses
sufridos habían podido suavizar.

Aquella fue la primera de una serie de entrevistas que se hicieron más frecuentes durante el último año.

Eran largas conversaciones que pactamos
invariablemente para media mañana y en las que siempre me sorprendió la
memoria de aquel hombre al recordar con pelos y señales, episodios que
ocurrieron sesenta años atrás y más.

Alguna vez le repetí preguntas o le replanteé
temas en días diferentes y siempre contestaba con los mismos argumentos,
las mismas fechas, los mismos nombres.

Recordaba a ayudantes y subalternos, batallas y lugares, hasta enemigos y carceleros, con precisión.

La recepción en el exilioReconozco que conocí al Matos de sus últimos años, un anciano de
apariencia bonachona, que sin embargo dejaba aun traslucir una
personalidad fuerte, característica necesaria para un comandante de
soldados.

Pese a haber sido el primer disidente que desde
la cúpula revolucionaria denunció la “desviación” del proceso político,
cuando en 1979 dejó la cárcel, no todos lo recibieron bien en el exilio.

Primero porque para quienes se habían ya ido de
la isla, Matos había sido “uno de ellos”, es decir, parte de los
barbudos que ocuparon el poder e instauraron el gobierno comunista.

Además, como comandante militar de Camagüey,
tuvo responsabilidad en los cuestionados fusilamientos de colaboradores
de Batista y otros enemigos de la Revolución.

“En Camagüey no se fusiló nadie que no lo haya
merecido”, me dijo en uno de nuestros encuentros, sobre este tema del
que no lucía muy dispuesto a profundizar, aunque aclaró que esas
condenas no las administraba su oficina, por lo que no podía haberlas
detenido.

También las luchas por el control del movimiento
opositor cubano en Florida contribuyeron a su desplazamiento ente los
exiliados y Matos, que habría podido ser un líder de los contrarios al
gobierno de los Castro, fue perdiendo ascendente.
El último de los mambises
“En la Cuba del futuro yo me veo como un
predicador. Aunque no me hago muchas ilusiones, porque como te digo voy a
cumplir 95 años, pero mientras no me falte el entendimiento…”, me dijo
Matos en noviembre de 2013, en la última entrevista que tuvimos.

Escuchar la admiración pedagógica con la que
contaba las gestas de la historia cubana, permitía imaginarse fácilmente
al Matos maestro, profesión que ejerció hasta 1952, cuando llegó al
poder Fulgencio Batista.
Por aquel tiempo Matos formaba parte del Partido Ortodoxo cubano y se
opuso al gobierno de Batista colaborando con la resistencia. Finalmente
se vincularía con el movimiento de Fidel Castro, a través de la amiga
de ambos, Celia Sánchez.

Matos se hizo un puesto entre los guerrilleros
de la Sierra Maestra cuando, en marzo de 1958, logró aterrizar con un
cargamento de armas traídas desde Costa Rica.

“Yo no sabía que podía ser guerrillero, yo no
era militar, yo era un maestro. Pero se me dio bien y logré el respeto
de mis hombres”, me dijo Matos.

Tanto, que el propio Fidel Castro lo llamó en
enero de 1959 para que dejara su tropa en Santiago de Cuba y se le
uniera en la caravana revolucionara que se aprestaba a entrar en La
Habana.

De Matos, una vez el escritor y periodista
cubano Carlos Alberto Montaner me dijo que “era el último de los
mambises”, comparándolo con aquellos guerrilleros cubanos de la guerra
de independencia frente a España.

No sé si Montaner o alguien más le habrá hecho
alguna vez ese comentario, que con seguridad lo habría agradecido como
el mejor halago.

Carlos Chirinos
BBC Mundo

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